viernes, 26 de abril de 2013

Ginestésica

Es la noche del 25/4 y me encuentro solo comiendo unos sorrentinos de ricota, jamón y muzzarella con un tuco casero a base de tomate triturado, condimentos varios, cebolla y ají rojo. Quedó rico pese a no respetar las proporciones. El color rojizo de la comida me hace acordar al rojo de abril: abril es el mes cuarto, y el cuatro es un número rojo.

Cada vez me doy la cuenta que hablo más mal.

Cada vez, no obstante, me entienden peor todavía.

Hoy me dolió la espalda todo el día; a decir verdad, desde hace varios días tengo molestias en la parte izquierda de la cadera. Hoy se sumó una especie de calambre de toda la pierna izquierda, justo al salir del trabajo, que me hizo bajar rengueando la escalera.

También, el dolor de la parte izquierda del estómago, parte baja: ese mismo dolor que tengo desde ayer. Y que tuve cuando me enteré que mis padres se separaban. El domingo soñé que mi padre probablemente moriría a manos (o a boca) de una manada de lobos salvajes.

Demás está decir que al volver a casa me agarró un dolor fulminante de cabeza que me hizo lagrimear.

No tomo pastillas; simplemente, me quedé acostado a la luz de la luna llena que iluminaba el departamento. Es tan somático todo que ni sentido tiene drogarse para solucionarlo. Espasmos de dolor y angustia, en una mezcla apenas distinguible, me recorren breves minutos, y después... se van, y hasta quedo bastante bien.

Hace bastante también que hablo en un tono muy bajo de voz.

No escribo para que me lean; porque cuando lo hacen, a veces entienden cualquiera. Y todo se complica por demás, como si no existieran mi propia locura y pelotudez, bancarme la de los demás que entendieron cualquier cosa sobre mí.

Mi padre no murió a boca de una manada de lobos; murió, más bien, o agoniza (y por eso el malestar) una forma de relacionarme. En general. Y sobre todo, conmigo mismo.

¿Qué es lo que más me harta de las agresiones de los demás? El hecho de haberles dado yo lugar para que existieran. Cada ataque habla mal de mí, pero no por su contenido, sino por su oportunidad. La ironía es que muchos de los que celebran estas confesiones mías son los primeros en valerse de ellas para atacarme.

Pero medio que me chupa un huevo: les voy a seguir regalando armas para que me ataquen. En esta ensalada de locos de mierda que somos, si otro no te clava una lanza, te la clavas vos mismo. Al menos, que el malo sea el otro.

Esmegma, sangre menstrual, orina; visión escatológica de la vida.

El martes a la noche sentí tanto... fastidio. Era tan obvio. Tan predecible. Tan patético. Lo deprimente no es entristecerse, lo deprimente es no cambiar nunca de estado de ánimo. Ese fútil atentado terrorista a mi felicidad, ese boicot psiquiátrico, esa muestra de innecesario desborde... ese suicidio de la ética, la moral y la dignidad. Pobre. Pobre diabla.

La ira me constituye. Incapaz de sentir más ira, incapaz de ser más yo... le deseé suerte, claro, a mi manera particular.

Mi subjetividad es como un meandro estancado, de agua podrida que tiende a ser maloliente. También tenés playas y jardines soleados, pero la temporada es cara e insuficiente, como todo lo materno puede ser.

Estar aparte del mundo tiene un extraño encanto. No sabe tan mal. Escribo como un condenado. Veo todo desde la óptica seca e irónica del que ya no está. En algún momento hay que volver al mundo; ojalá cuando quiera. El mundo es como el sexo: es más divertido si se entra y sale de él.

Me gustaría postular la existencia de ciclos hormonales que expliquen alteraciones del carácter. Es decir, poner a la menstruación femenina en un lugar de ejemplo, y no ya de categoría. Previsiblemente, mi superyo me acusa de machista.

Yo era un niño hipersensible de pequeño: lloraba invariablemente con los boleros, por ejemplo. Me angustiaba y lloraba por casi todo. Hasta que me dijeron que mejor no, que mejor me dejara de eso. Por supuesto, 20 años más tarde, nadie soporta mi mal humor. Haberlo pensado antes, mejor es un emo que un conchudo.

Y ahora estoy recuperando esa sensibilidad. Todo me duele, todo me molesta, todo me alegra, todo me estimula, todo me seda. Ayer, me sentía ginestésica. Hasta pude ver una situación ocurrida a otra persona uno o dos años antes. Lástima que justo no era algo muy interesante de ver.

Se suceden las llamadas de alerta. El viejo mundo, o su parte más decrépita, se cae a pedazos; pero a pedazos fuertes, a verdaderos derrumbes. Tres "amistades" terminadas de manera muy violenta en menos de un mes; y probablemente sigan más. Al borde de las explosiones propias y ajenas. Y encima hay una energía de mierda en el ambiente, todo el mundo está mal y cruzado.

Solo resta dormir, quedarse quieto (o en movimiento constante, bailando, caminando); dejar de pensar, quedarse a la luz de la luna, encender la radio, cocinar una salsita, comer y escribir. Hasta que... no sé. Se disipe la niebla o alguna metáfora metereológica pedorra como esa.

Mientras tanto, saben dónde encontrarme. Estaré esperándolos con infusiones calientes y mi labilidad emocional a cuestas, hasta que el mundo me demuestra nuevamente que es un lugar seguro para salir a desplegar mi hipersensibilidad multicolor por ahí, cual mariposa en una mañana de primavera.





lunes, 15 de abril de 2013

Confesiones de mierda

Estoy loca. No sé si me llamo Jorge Vilarosa o María Luisa Danuzzelli. No sé si soy madre o hijo. No sé si soy un loco bohemio o un pelotudo. No sé. No sé.

Escupir sangre en el mármol blanco, invariablemente frío. La misma sangre que no menstrúo, las mismas lágrimas que no lloro, la misma resequedad interna que me pudre por dentro y me vacía por fuera.

Extrañar lo que no tengo. Ganas de mandarle un mensaje a quien no lo espera (ni puede recibirlo, tampoco; anda con más quilombos que yo, todavía). Ver las flores, oír cantar la mañana, saber que no es para mí, aunque un rato se copan, tal vez, y me la prestan.

Me recomiendan quebrarme; en eso ando, por ahora simplemente me doblo.

A no se habla con B, que a su vez no se habla con C, que se lleva mal con D, y yo soy E, que se lleva superficialmente bien con los cuatro.

Me cago en el hecho de que mi nuevo vecino sea un pibe joven. Por mí, que lo desalojen. ¿Motivo? Ninguno, pinta el odio irracional, nomás.

Siempre es aniversario de algo, al pedo total.

Hoy fui cruel con una gerenta de súper, y lo disfruté. Me metí en una conversación ajena a bardear en la calle. Me gusta psicopatear. Estoy tan pobre que disfruto migajas de maltrato al otro.

Preveo una sarta de moralinas respecto de otros, me da una paja superlativa. Que no me lean, que se borren de mi vida si les molesta. Nunca se dan por aludidos, los muy jodidos, y siguen ahí como tábanos recomendando obviedades que si fueran posibles de hacer, ya hubiera hecho.

Ni siquiera me llevo bien con alterados como yo. Me despiertan impulsos asesinos, los tiraría por un balcón, por ejemplo. Se lo re deben esperar, no creo que alberguen la ilusión de vivir hasta viejos y morir plácidamente en su cama; si tal es su juego, lo están jugando mal.

Hoy pensé en el tren San Martín como una madre pobre que no puede atender bien a sus hijos, y por eso los deja viajar en el estribo, aún a riesgo de que se maten. Mirá que asimilar un tren a una madre...

Cortar el Edipo, cortar el Edipo, cortar el Edipo...

En capilla hasta el 25 de abril.

Qué paja que todo lo anterior sea verdadero. No soy un loco bohemio, soy un pelotudo, claramente. Brindaría, si es que acaso tuviera sed de algo y con quién brindar. No da tocarle el timbre a mi vecino para tal tarea... quisiera no verlo nunca en los 13 meses que me quedan de contrato en este mi actual hogar. No ver a nadie del edificio. Qué alienación horrible y al pedo la de los consorcios. ¿Comunidad? A la fuerza.

No sé por qué me imagino a mi amiga llorando, tiene muchos menos motivos que yo, claramente.

Homofobia de rebote.

El papel de sheriff pendenciero no me queda bien, pero es tan divertido a veces.

Insisto: qué paja que esto no sea mentira.

¿Qué clase de norma autoimpuesta me impide considerar decente acostarme y dormirme a las 11 de la noche?

Quisiera ser metodista y tener una justificación divina para mi ascetismo; al menos, como excusa. ¿Tendrán los metodistas días libres en el laburo?

Prueba suficiente de que estoy dejando de ser de izquierda es que le deseo la pena de muerte al criminal de una novela policial. Sufro cuando se escapa. Los asesinados, claro, son una familia de metodistas. Ya veo a antiguos compañeros de militancia refutándome mi deseo de violencia vengadora... ay, Dios.

El otro día estaba tan harto del bienpensantismo que hice una plegaria religiosa dirigida a Tata Dios para que me diera paciencia para soportarlo. Obviamente, se cagó en mi plegaria.

No estás del todo bien si le ponés la cara del chico que te gusta al detective de la novela en cuestión.

¿Habrá quién se alegre por el hecho de que escriba estas líneas pedorras? Creo que sí. Uf, publicarlas...

Últimamente, vengo escribiendo manuales para que otros me entiendan. Se ve que rinde la industria del tutorial. Negocio redondo: devengo incomprensible y después vendo la clave de lectura. No seré metodista, pero lo judío no me lo saca nadie. Mi problema, claro, es que la clave nunca la compra aquel que yo quiero que la compre. La plata no es la misma plata.

Me aburre cuando se pone a bienpensar y a bienhablar. Es capaz de mucho más, pero prefiere encajar en el molde de la pelotudez banal. Una lástima. En realidad, lo lastimoso soy yo.

Planeo con cierta seriedad pintarme las uñas y comer masitas finas con mi futura jefa. Hasta que alguno se las envenene al otro, cosa que por fuerza ha de suceder. Quiero destruirla.

Qué chatura pedorra la del laburo. ¿No se cansan de ser tan monótonos? Al menos yo aparezco cada día con un delirio distinto. No perdamos las formas, al menos.

"¿Aumentó el pan? Leí que Doris Day...".

¿Acaso esperás que diga algo más? ¿No te alcanzó con esta sarta de pelotudeces?

Bueno, dos más: 1) Estalló el otoño.

2) Mierda que estaba concurrido el velorio de Jesús el sábado de Pascua a la noche.

¿No te gustó? Lamentablemente, era muy previsible. Ahora sí, basta.