sábado, 7 de junio de 2014

Inmobiliaria

"8 ambientes, 5 baños, amplio, ubicación súper céntrica a metros del Obelisco, a metros de zona comercial, líneas B, C y D de subte pasan por los livings, solo luz artificial. Oportunidad de convivir con millones de pasajeros diarios, de 23 a 5 horas privacidad absoluta, ideal familias con niños. Requisitos: ser indigente, no beneficiario de planes sociales de ninguna clase, practicar la mendicidad. Sin garantía. Precio del alquiler: saberse ciudadano de segunda, tercera o cuarta categoría".

La calle no es un lugar para vivir.

martes, 11 de junio de 2013

Basuras

Cuando me enojo destructivamente con alguien, siento la necesidad de citar a la RAE (Real Academia Española) para que hable en mi nombre.

La RAE define: "Basura: 1. la cosa que ensucia. 2. Residuos desechados y otros desperdicios. 3. Lugar donde se tiran esos residuos y desperdicios. 4. Estiércol de las caballerías. 5. Cosa repugnante o despreciable". Para "basural", la definición es "sitio donde se arroja la basura".

Esta mañana, apareció en un basural de José León Suárez el cuerpo atado y ahorcado de una adolescente de 16 años. ¿Cómo apareció? Como cualquier basurita casera que uno tire por ahí, pongamos, como ejemplo... una cáscara de mandarina. Va al tacho, a la bolsa, se tira, la recoge un camión, la descarga en el basural.

Pero hoy descargaron un cuerpo. Un cadáver. Y la RAE de pronto parece lejana, absurda, ahora no hablamos más el mismo idioma. Esta chica apareció en un basural como si fuera basura, pero intuitivamente sabemos que no lo es. Las categorías de la RAE de golpe son extrañas. Alguien se equivoca: o la RAE, o quien dejó el cuerpo.

57 años y dos días antes, un domingo a la mañana, varios cuerpos también habían aparecido en un basural de José León Suárez. Nadie entendía muy bien qué había sucedido. De pronto, se empezó a saber que el sábado a la noche había sido muy agitado. Un supuesto golpe de Estado se había intentado perpetuar, y los que manejaban el Estado en ese momento (a su vez, gracias a un golpe de Estado) se habían defendido, a ellos y a la legalidad imperante, que en realidad no era muy legal pero se defendía bien. Las extrañas acciones de defensa partieron de un lugar poco común: un ómnibus de pasajeros urbano que transitaba plácidamente cerca de Puente Saavedra un sábado como cualquier otro. Los defensores irrumpieron en el micro lleno de atacantes desarmados, los obligaron a bajar, requisaron el rodado, y se dirigieron a un lejano punto del conurbano bonaerense a frenar la intentona golpista.

La susodicha intentona en ese momento estaba en una fase muy adolescente: había unos veinte hombres escuchando por radio una pelea de boxeo. "Algunos sabían, algunos sabían" susurra una voz en mi oído derecho. Otros no, mi querida voz. Y además, saber, no saber, participar, no participar... ¿es justificativo de algo?

La irrupción fue violenta. Policías y soldados interrumpiendo la velada boxística. Algunos entendieron, la gran mayoría no. Había uno que estaba "muy fachero" para ir a hacer la revoluta. Capaz, solo estaba fachero porque había ido a la casa de un nuevo vecino a hacer amigos y escuchar un partido de boxeo... se ve que no le creyeron.

"Los llevamos a La Plata", dijeron mientras los encerraban en una camioneta. Pero se dieron cuenta que la misma no iba hacia el sur, sino hacia el norte, por caminos cada vez más desolados.

Los hicieron bajar en mitad de la noche, en mitad del invierno, en mitad de la basura. El basural de José León Suárez. Luego de una serie de emotivos sermones, los fusilaron. A unos cuantos, otros, por esas cosas ambivalentes que tiene la desidia del funcionario argentino, se salvaron.

A la mañana siguiente, la gente de José León Suárez tuvo el extraño privilegio de saberse habitante de un campo de batalla (altamente desigual); también, y sobre todo, de saberse habitante de un basurero. Un basurero más completo que el que pensaron que tenían. La sociedad ahora no solo les tiraba gajos putrefactos de mandarina, sino también, ya que estaban y por el mismo precio, cadáveres de ajusticiados políticos. Que a partir de ahí quedaban igualados material, y sobre todo, simbólicamente a la basura.

Pasaron 57 años y dos días de ese suceso.

Esta mañana, la RAE se volvió a equivocar. Yo, que la defiendo, postulo que en realidad se equivocaron los otros. ¿Una chica asesinada aparece en un basural?

El sábado a la noche y el lunes a la mañana son muy distintos, pero no dejan de ser momentos claves de la semana. Oír un partido de boxeo e ir a hacer gimnasia para el colegio son actividades disímiles, pero, algo...eh, algo, el deporte aunque sea, comparten. El puente de Newbery sobre las vías del Mitre no es puente Saavedra, pero no deja de ser un puente. No es lo mismo tampoco un grupo de 20 hombres que una chica de 16 años sola. Algo, sin embargo... sí, son seres humanos. Una Traffic blanca tampoco es igual a una camioneta militar, aunque... hace 20 años una Traffic blanca se usó para hacer volar un edificio y matar a 85 personas de un solo golpe, en una acción humanamente desgarradora aunque militarmente eficaz. Y ahora la Traffic blanca se usa para llevarse a personas contra su propia voluntad, que más o menos viene a ser lo mismo que lo que hacían las viejas camionetas militares.

Digamos que aggiornamos la escena y los actores, pero siguiendo fatalmente a Borges, nunca el argumento. ¿Será que ya está todo dicho y siempre hablamos de lo mismo? ¿Será que toda creación es recreación?

No sabemos si sabía o no sabía. No nos damos cuenta de si se dio cuenta o no se dio cuenta. No conocemos si conocía o no conocía. No entendemos si entendía o no entendía. No nos importa si le importaba o no le importaba.

Hace 57 años, el trajeado elegante nunca volvió a su casa, para gran sorpresa de su recién casada mujer. Ayer, esta chica con uniforme escolar tampoco fue a su clase de inglés, para gran sorpresa de su madre.

No sabemos si le dijeron o no que la llevaban a La Plata; lo que sí sabemos es que desde su celular llamaron a un banco, lo cual, sustantivos propios aparte, es un poco lo mismo.

Y es lo mismo porque no la llevaron. A él tampoco. Además, ellos tampoco hubieran querido ir a La Plata, ¿para qué? Si estaban por sus barrios, haciendo sus actividades de siempre.

No sabemos tampoco, hoy, qué dicen defender los que raptaron a esta chica, porque no sabemos quiénes son. Tampoco sabemos qué uniforme usan, ni para quién trabajan. El guionista nos deja un espacio para que recreemos con nuestra imaginación estos detalles, que no alteran para nada la trama de la historia escrita una y otra vez.

El final es casi el mismo. La gente de José León Suárez teniendo el extraño privilegio, nuevamente, de saberse un basurero apto para todo: además de las mandarinas, cuerpos humanos. Antes el enemigo era el subversivo, hoy es la mujer libre que camina sola por la calle. Antes los héroes eran los militares torturadores, hoy son los secuestradores de mujeres en las calles.

¿Héroes, Lucio? Pero la sociedad los condena...

Sí, de palabra. Mejor dicho: el patético coro griego que conformamos los condena, pero el autor que nos escribe las vidas, y al cual nosotros le compramos toda suerte de ficciones, los avala y los apoya. Porque los deja hacer y deshacer lo que quieren, y si ya no pueden hacerlo más, les cambia el nombre, les da una camioneta nueva y una nueva víctima a seguir, y todo sigue igual.

La gente que vive cerca de los basureros tiene poca importancia para el guionista, y por eso nunca cambian, y siempre viven al lado del tacho de nuestra sociedad, sabiendo que cuando se los vea, siempre va a ser para una noticia macabra y relacionada con la basura que los constituye identitariamente.

Para terminar, voy a decir que creo que el guionista de estas historias se equivoca y no leyó la RAE: la basura no es lo que aparece en los basurales. Basuras son los que no distinguen una vida humana de una basura.




martes, 14 de mayo de 2013

Resignificación corporal de una gripe

Soy la mente del autor de este blog. He sido sentenciada a escribir sobre mi compañero el cuerpo del autor, ya que el autor ha considerado que por mis inestabilidades recientes mi compañero el cuerpo ha sido perjudicado y se ha perdido una clase de tango, escasos momentos en que tiene para ser él mismo, o intentarlo al menos.

No es que yo quiera protagonizar toda la vida del autor, pese a mi carácter histriónico; es que... es difícil vivir en este mundo. Hay demasiados cerrojos para vivir y ser libre, y eso nos ha jodido la existencia a mi compañero y a mí.

La vida es una suerte de mecanismo distribuidor de satisfacciones e insatisfacciones, que tiende siempre al exceso y al desbalance, aunque muy leve e insuficientemente termina compensando. Se configura de esta manera un paisaje grisáceo, monótono y maloliente, aunque con pequeños oasis de luz y fragancias hermosas.

En esta insatisfacción pseudo organizada, resulta curioso que nos habituemos a, por ejemplo, viajar sistemáticamente incómodos en el colectivo. O a soportar lóbregamente el tedio laboral, el cual tiene sus oasis, pero indefectiblemente tiende al hastío. La suciedad imperante de las calles, las casas, las oficinas, los transportes, también se vuelve paisaje.

Tanta capacidad de naturalización solo puede hablar de la raza humana en dos sentidos: o es muy inteligente para adaptarse a lo peor, o es muy estúpida y no se le ocurre nada mejor. O ambas.

¿Cuál es el estatuto filosófico de la pasividad? ¿Es adaptativa, o es muestra de impotencia e imbecilidad? ¿Por qué Occidente pregona tanto la actividad? ¿Por qué aquellos que se quejan de los que se quejan de Occidente pregonan la pasividad, que los termina dejando en el mismo nivel de infelicidad que la actividad? Me voy a morir sin ver un solo aviso laboral que diga "se busca empleado propasivo para tareas...".

El cuerpo es un infante, y la infancia es muy corporal. A la enfermedad me remito: cuando la misma acontece, el cuerpo pide "mimos" cual niño. Si se lo desatiende, empieza a manifestarse cada vez más fuerte hasta que es necesario parar y cuidarlo como a un infante: no ir a trabajar, suspender esa quincuagésima reunión de comité, darle comida masticable y liviana, ponerle linda música y dejarlo dormir.

Hay boicots también; cuando una situación se vuelve amenazante, el cuerpo patalea, y obliga a uno a salirse de ella.

Quisiéramos escuchar más seguido al cuerpo, pero no hablamos su lenguaje (el lenguaje corporal es ineludible cuando todos los demás fallan). Solo entendemos golpes, llamados "enfermedades".

"Enfermedad: dícese de maneras de comunicarse el cuerpo con el resto de la persona".

Me duele la garganta, intentemos un análisis de ello. Hace poco me diagnosticaron, en sesión de reiki, un fuerte atasco, a la altura del pecho, de emociones reprimidas, algunas de ellas con más de diez años de antigüedad. De a poco, empezaron a aflorar algunas de esas sensaciones. Un viento decididamente melancólico empezó a salir de mi boca y mis manos (mi segunda boca al escribir); un viento con una fuerte e inusitada carga de azúcar dulce. De manera necesariamente experimental, se escucharon frases, conceptos y confesiones nuevos en mi personalidad. Interpreto, no obstante, que en algún momento la presión de lo acumulado se excedió, y hablé demás y con quien no debía, o a destiempo. O bien, lo fermentado en años resultó tóxico, y al pasar por mi garganta, la lastimó.

Siento un decaimiento bastante fuerte en las piernas, otro análisis. Algo no se sostiene más; claramente, el viejo método. En la conmoción (palabra que implica movimiento), es probable que las sacudidas hayan hecho perder el equilibrio, y las piernas no puedan sostenerme más temporalmente.

Mientras escribo esto, aparece un dolor inespecífico en la zona del estómago, analicémoslo ipso facto. Algo está siendo difícil de digerir, de absorber, de asimilar. La indigestión vuelve grisáceo y monótono (como la ciudad) ese todo, e impide rescatar los oasis específicos que pueda haber en lo digerido.

Me duele también la clavícula, en este caso es fácil: está resentida la comunicación entre lo reflexivo (cabeza) y la acción/pasión (brazo y mano).

Interesantemente, los últimos dolores que siento son casi siempre en la parte izquierda del cuerpo, controlada por el hemisferio derecho del cerebro, que es el que regula las artes, lo emocional, lo creativo, lo cualitativo, lo mágico, lo inmensurable, lo extraño, lo divergente, lo irregular, lo específico, lo siempre nuevo. Mi cuerpo se vale de mi modesto conocimiento de las tareas cerebrales para enviarme señales por dolores. El mensaje es claro: priorizar lo controlado por el hemisferio derecho.

Curiosamente, yo ya había empezado a darle bolilla a estas dimensiones, cuando las de la parte izquierda del cerebro colapsaron y admitieron a gritos su incompletud. ¿Es entonces un boicot? Me inclino más por otra tesis: este dolor es el piso mínimo de sensibilidad. Más abajo de él, ni siquiera había sensibilidad, estaba muerto y putrefacto. El ejercicio (reiki, teatro, escritura, tango, conversaciones profundas, remodelación de la casa, esbozos de vida sexual) reanimaron esta parte, que como primera medida, efectuó un auto reconocimiento: y el diagnóstico es que falta mucho, y que hay reparaciones históricas pesadas para hacer. No es una comprobación feliz, y a eso se debe este desánimo expresado en una incipiente gripe. El cuerpo intenta evaluar, parar; retrocede, toma carrera, y se apresta a correr en pos de una mayor, y sobre todo mejor, sensibilidad. Esta gripe, entonces, es resignificada como el alcance de un umbral mínimo de sensibilidad; a partir de aquí empieza el camino. Engriparse es necesario para seguir, engriparse es una buena noticia.

(En el orden emocional, el otro día, en un momento de fuerte desubjetivación, me di cuenta de cuánto me falta para llegar a lo que quiero, a la vez que cada vez dudo más de querer eso que quiero. Queda claro que el camino es largo, sinuoso, y sumamente extraño, y con cierta frescura lo voy empezando a recorrer).

Es complicado traducir el cuerpo, y paro acá. El autor se da por satisfecho con este análisis. Juntos, él, mi compañero el cuerpo y yo nos quedamos en casa esta noche, charlando sobre nuestras historias en común.





viernes, 26 de abril de 2013

Ginestésica

Es la noche del 25/4 y me encuentro solo comiendo unos sorrentinos de ricota, jamón y muzzarella con un tuco casero a base de tomate triturado, condimentos varios, cebolla y ají rojo. Quedó rico pese a no respetar las proporciones. El color rojizo de la comida me hace acordar al rojo de abril: abril es el mes cuarto, y el cuatro es un número rojo.

Cada vez me doy la cuenta que hablo más mal.

Cada vez, no obstante, me entienden peor todavía.

Hoy me dolió la espalda todo el día; a decir verdad, desde hace varios días tengo molestias en la parte izquierda de la cadera. Hoy se sumó una especie de calambre de toda la pierna izquierda, justo al salir del trabajo, que me hizo bajar rengueando la escalera.

También, el dolor de la parte izquierda del estómago, parte baja: ese mismo dolor que tengo desde ayer. Y que tuve cuando me enteré que mis padres se separaban. El domingo soñé que mi padre probablemente moriría a manos (o a boca) de una manada de lobos salvajes.

Demás está decir que al volver a casa me agarró un dolor fulminante de cabeza que me hizo lagrimear.

No tomo pastillas; simplemente, me quedé acostado a la luz de la luna llena que iluminaba el departamento. Es tan somático todo que ni sentido tiene drogarse para solucionarlo. Espasmos de dolor y angustia, en una mezcla apenas distinguible, me recorren breves minutos, y después... se van, y hasta quedo bastante bien.

Hace bastante también que hablo en un tono muy bajo de voz.

No escribo para que me lean; porque cuando lo hacen, a veces entienden cualquiera. Y todo se complica por demás, como si no existieran mi propia locura y pelotudez, bancarme la de los demás que entendieron cualquier cosa sobre mí.

Mi padre no murió a boca de una manada de lobos; murió, más bien, o agoniza (y por eso el malestar) una forma de relacionarme. En general. Y sobre todo, conmigo mismo.

¿Qué es lo que más me harta de las agresiones de los demás? El hecho de haberles dado yo lugar para que existieran. Cada ataque habla mal de mí, pero no por su contenido, sino por su oportunidad. La ironía es que muchos de los que celebran estas confesiones mías son los primeros en valerse de ellas para atacarme.

Pero medio que me chupa un huevo: les voy a seguir regalando armas para que me ataquen. En esta ensalada de locos de mierda que somos, si otro no te clava una lanza, te la clavas vos mismo. Al menos, que el malo sea el otro.

Esmegma, sangre menstrual, orina; visión escatológica de la vida.

El martes a la noche sentí tanto... fastidio. Era tan obvio. Tan predecible. Tan patético. Lo deprimente no es entristecerse, lo deprimente es no cambiar nunca de estado de ánimo. Ese fútil atentado terrorista a mi felicidad, ese boicot psiquiátrico, esa muestra de innecesario desborde... ese suicidio de la ética, la moral y la dignidad. Pobre. Pobre diabla.

La ira me constituye. Incapaz de sentir más ira, incapaz de ser más yo... le deseé suerte, claro, a mi manera particular.

Mi subjetividad es como un meandro estancado, de agua podrida que tiende a ser maloliente. También tenés playas y jardines soleados, pero la temporada es cara e insuficiente, como todo lo materno puede ser.

Estar aparte del mundo tiene un extraño encanto. No sabe tan mal. Escribo como un condenado. Veo todo desde la óptica seca e irónica del que ya no está. En algún momento hay que volver al mundo; ojalá cuando quiera. El mundo es como el sexo: es más divertido si se entra y sale de él.

Me gustaría postular la existencia de ciclos hormonales que expliquen alteraciones del carácter. Es decir, poner a la menstruación femenina en un lugar de ejemplo, y no ya de categoría. Previsiblemente, mi superyo me acusa de machista.

Yo era un niño hipersensible de pequeño: lloraba invariablemente con los boleros, por ejemplo. Me angustiaba y lloraba por casi todo. Hasta que me dijeron que mejor no, que mejor me dejara de eso. Por supuesto, 20 años más tarde, nadie soporta mi mal humor. Haberlo pensado antes, mejor es un emo que un conchudo.

Y ahora estoy recuperando esa sensibilidad. Todo me duele, todo me molesta, todo me alegra, todo me estimula, todo me seda. Ayer, me sentía ginestésica. Hasta pude ver una situación ocurrida a otra persona uno o dos años antes. Lástima que justo no era algo muy interesante de ver.

Se suceden las llamadas de alerta. El viejo mundo, o su parte más decrépita, se cae a pedazos; pero a pedazos fuertes, a verdaderos derrumbes. Tres "amistades" terminadas de manera muy violenta en menos de un mes; y probablemente sigan más. Al borde de las explosiones propias y ajenas. Y encima hay una energía de mierda en el ambiente, todo el mundo está mal y cruzado.

Solo resta dormir, quedarse quieto (o en movimiento constante, bailando, caminando); dejar de pensar, quedarse a la luz de la luna, encender la radio, cocinar una salsita, comer y escribir. Hasta que... no sé. Se disipe la niebla o alguna metáfora metereológica pedorra como esa.

Mientras tanto, saben dónde encontrarme. Estaré esperándolos con infusiones calientes y mi labilidad emocional a cuestas, hasta que el mundo me demuestra nuevamente que es un lugar seguro para salir a desplegar mi hipersensibilidad multicolor por ahí, cual mariposa en una mañana de primavera.





lunes, 15 de abril de 2013

Confesiones de mierda

Estoy loca. No sé si me llamo Jorge Vilarosa o María Luisa Danuzzelli. No sé si soy madre o hijo. No sé si soy un loco bohemio o un pelotudo. No sé. No sé.

Escupir sangre en el mármol blanco, invariablemente frío. La misma sangre que no menstrúo, las mismas lágrimas que no lloro, la misma resequedad interna que me pudre por dentro y me vacía por fuera.

Extrañar lo que no tengo. Ganas de mandarle un mensaje a quien no lo espera (ni puede recibirlo, tampoco; anda con más quilombos que yo, todavía). Ver las flores, oír cantar la mañana, saber que no es para mí, aunque un rato se copan, tal vez, y me la prestan.

Me recomiendan quebrarme; en eso ando, por ahora simplemente me doblo.

A no se habla con B, que a su vez no se habla con C, que se lleva mal con D, y yo soy E, que se lleva superficialmente bien con los cuatro.

Me cago en el hecho de que mi nuevo vecino sea un pibe joven. Por mí, que lo desalojen. ¿Motivo? Ninguno, pinta el odio irracional, nomás.

Siempre es aniversario de algo, al pedo total.

Hoy fui cruel con una gerenta de súper, y lo disfruté. Me metí en una conversación ajena a bardear en la calle. Me gusta psicopatear. Estoy tan pobre que disfruto migajas de maltrato al otro.

Preveo una sarta de moralinas respecto de otros, me da una paja superlativa. Que no me lean, que se borren de mi vida si les molesta. Nunca se dan por aludidos, los muy jodidos, y siguen ahí como tábanos recomendando obviedades que si fueran posibles de hacer, ya hubiera hecho.

Ni siquiera me llevo bien con alterados como yo. Me despiertan impulsos asesinos, los tiraría por un balcón, por ejemplo. Se lo re deben esperar, no creo que alberguen la ilusión de vivir hasta viejos y morir plácidamente en su cama; si tal es su juego, lo están jugando mal.

Hoy pensé en el tren San Martín como una madre pobre que no puede atender bien a sus hijos, y por eso los deja viajar en el estribo, aún a riesgo de que se maten. Mirá que asimilar un tren a una madre...

Cortar el Edipo, cortar el Edipo, cortar el Edipo...

En capilla hasta el 25 de abril.

Qué paja que todo lo anterior sea verdadero. No soy un loco bohemio, soy un pelotudo, claramente. Brindaría, si es que acaso tuviera sed de algo y con quién brindar. No da tocarle el timbre a mi vecino para tal tarea... quisiera no verlo nunca en los 13 meses que me quedan de contrato en este mi actual hogar. No ver a nadie del edificio. Qué alienación horrible y al pedo la de los consorcios. ¿Comunidad? A la fuerza.

No sé por qué me imagino a mi amiga llorando, tiene muchos menos motivos que yo, claramente.

Homofobia de rebote.

El papel de sheriff pendenciero no me queda bien, pero es tan divertido a veces.

Insisto: qué paja que esto no sea mentira.

¿Qué clase de norma autoimpuesta me impide considerar decente acostarme y dormirme a las 11 de la noche?

Quisiera ser metodista y tener una justificación divina para mi ascetismo; al menos, como excusa. ¿Tendrán los metodistas días libres en el laburo?

Prueba suficiente de que estoy dejando de ser de izquierda es que le deseo la pena de muerte al criminal de una novela policial. Sufro cuando se escapa. Los asesinados, claro, son una familia de metodistas. Ya veo a antiguos compañeros de militancia refutándome mi deseo de violencia vengadora... ay, Dios.

El otro día estaba tan harto del bienpensantismo que hice una plegaria religiosa dirigida a Tata Dios para que me diera paciencia para soportarlo. Obviamente, se cagó en mi plegaria.

No estás del todo bien si le ponés la cara del chico que te gusta al detective de la novela en cuestión.

¿Habrá quién se alegre por el hecho de que escriba estas líneas pedorras? Creo que sí. Uf, publicarlas...

Últimamente, vengo escribiendo manuales para que otros me entiendan. Se ve que rinde la industria del tutorial. Negocio redondo: devengo incomprensible y después vendo la clave de lectura. No seré metodista, pero lo judío no me lo saca nadie. Mi problema, claro, es que la clave nunca la compra aquel que yo quiero que la compre. La plata no es la misma plata.

Me aburre cuando se pone a bienpensar y a bienhablar. Es capaz de mucho más, pero prefiere encajar en el molde de la pelotudez banal. Una lástima. En realidad, lo lastimoso soy yo.

Planeo con cierta seriedad pintarme las uñas y comer masitas finas con mi futura jefa. Hasta que alguno se las envenene al otro, cosa que por fuerza ha de suceder. Quiero destruirla.

Qué chatura pedorra la del laburo. ¿No se cansan de ser tan monótonos? Al menos yo aparezco cada día con un delirio distinto. No perdamos las formas, al menos.

"¿Aumentó el pan? Leí que Doris Day...".

¿Acaso esperás que diga algo más? ¿No te alcanzó con esta sarta de pelotudeces?

Bueno, dos más: 1) Estalló el otoño.

2) Mierda que estaba concurrido el velorio de Jesús el sábado de Pascua a la noche.

¿No te gustó? Lamentablemente, era muy previsible. Ahora sí, basta.






viernes, 15 de marzo de 2013

Abrir la canilla

Campos en invierno.
Pájaros que vuelan bajo las nubes.
Espuma de un mar frío.
Nieve. 
Una casa cada vez más sola.
Fantasmas urbanos.
Abuelas que no se despiden.
Genocidios nocturnos.
Rosas que resisten al viento.
Lágrimas reprimidas.
Palosanto ardiendo.
La modernidad de 1950.
Tecnotrónico.
Lluvias ácidas.
Rocas blancas.

Barbas amables.
Plantas dulces.
Una cama doble plaza.
Una fuente.
Dos negras.
Risas.
Azúcar.
Posters.
Ilusiones de paraíso.
Sábado a la tarde.
La infancia.
Enya.
Ingenuidad.
Pureza.
Fusión completa.
Velas.
Agua.

Sopla viento y llovizna en el bosque, se acerca el invierno. Mi casa está cada vez más sola, y algo extrañamente tranquilizador hay en ello.

Chau Babe, y gracias por todo.

sábado, 9 de febrero de 2013

Comedia en un acto

Una noche de sábado de otoño. La escena sucede en un bar cultural, serán aproximadamente las dos de la mañana. Hace media hora terminó el espectáculo principal. Grupos de gente conversan animadamente en las mesas o cerca de la barra. Suena música bizarra pero ya legitimada socialmente: Kusturica, Wendy Sulca, algún reggaeton no demasiado machista. No hay espacio de baile, pero algunas personas logran contonearse entre las mesas o en los huecos libres.

Los dos personajes, Yo y Otro, se encuentran en la barra, uno al lado del otro. No se conocen, han venido cada cual con sus propios grupos, pero decidieron separarse momentáneamente para ir a comprar alcohol. 

Y: Yo
O: Otro

O: ¿Ya pediste?
Y: Todavía no, estoy esperando que me atiendan.
O: ¿Será bueno el Sex on the Beach?
Y (esconde cierto fastidio innato detrás de una inexpresiva cara): Ni idea, habrá que probar supongo.
O: ¿Cómo te llamás?
Y: Lucio. ¿Vos?
O: Gustavo. (Risueño) Mucho gusto.
Y: Mucho gusto. Gustavo. (Se ríe de su propio chiste)
O: Ay, qué gracioso.
Y: ¿Supongo que estás acostumbrado, no?
O: Lamentablemente,
Y: Cuando yo era chico, siempre me jodían y me decían "sucio". A todos nos pasa. Por suerte no tengo segundo nombre. ¿Vos?
O: Sí, pero no se dice.
Y: Nada, ahora lo decís.
O: No.
Y: Sí. Si no...
O: ¿Si no qué?
Y (se da cuenta de que mostró demasiado interés. Piensa desesperadamente algo para salir del paso): Nada, qué va a pasar...
O: Gabriel es mi segundo nombre.
Y: No es feo. Me gusta más Gustavo, pero no es para andar ocultándolo.
O: A mí no me gusta.

El barman los atiende. Y pide un licor de melón con speed, O se anima al Sex on the Beach. Silencio mientras esperan los tragos. Les sirven.

O: ¿Por dónde vivís, Lucio?
Y: Por Congreso. Barrio peronista si los hay.
O (Se entusiasma frente al desafío que esa respuesta supone. No puede evitar una sonrisa que ya es provocativa, mientras piensa una respuesta acorde. El juego ha sido planteado. Se decide. Canta): "Los muchachos peronistas..."
Y: "...Todos juntos triunfaremos..."
O: "... Y todos juntos daremos..."
Y (duda un segundo, y recuerda): "Un grito de corazón..."
Cantan juntos: "Perón, Perón, qué grande sos, mi general, cuánto valés...".

Se ríen de buena gana.

O: ¿Y te gusta Congreso, Lucio?
Y: Sí, la verdad que sí. Pensé que iba a ser un quilombo, pero es bastante tranqui, y está cerca de todo, y la gente es copada. Me gusta.
O (Basándose en un detalle de la respuesta anterior): ¿Vivís solo?
Y: Sí, me mudé el año pasado. Antes vivía con mi vieja, en Chacarita. No extraño mucho ese barrio, la verdad. (Su mirada cambia a triste y ausente, sin motivo justificado).
O: Claro...
Y: ¿Vos por dónde vivís?
O: Boedo.
Y. Ay, qué bohemio. Nah, fuera de joda... es lindo, a mí me re gusta Boedo.
O: A mí también. Tiene la mezcla justa de varias cosas que me gustan.
Y: ¿Por ejemplo?
O: Es tranquilo, la arquitectura me encanta, también está cerca de todo... hay como una linda energía por ahí.
Y: ¿Vivís solo...?
O: Sí, también. Me fui de casa hace cuatro años, antes viví con dos amigos en Parque Patricios, y desde hace dos años, vivo acá en Boedo.
Y: Mirá qué bien. (Duda en hacer la siguiente pregunta, pero se decide): ¿Cuántos años tenés?
O: 30. ¿Vos?
Y (Con mal disimulada alegría): 25. Cumplí en enero.
O: Nah, sos un hijo de puta. No tenés derecho.
Y: ¿Acaso parezco menos?
O: No, al contrario, yo te daba 27. Pero me estás gozando, pendejo. Eso sos, un pendejo malcriado.
Y: Por si te interesa saberlo, soy hijo único. (Finge mirar a otra persona. Se sabe en su momento de gloria).
O (Embalado en el tema de su propia edad y queriendo vengar la afrenta, no repara en la sutil maniobra de Y): Hijo único, mirá vos. ¿No te aburrías de chico?
Y (Cae inesperadamente en el fango del fastidio. Se defiende con agresividad): Eso es como si yo te preguntara si estudiás o trabajás. No, no me aburría. O sí, qué sé yo. ¿A quién le importa?
O: A mí me importa (Pone cara de que lo anterior es un chiste) ¿Y estudiás o trabajás?
Y: Las dos. Estudio Comunicación, con gran asco de mi parte. No veo la hora de terminarla, pero no me quiero enroscar hablando de eso ahora... Y trabajo en Exactas.
O: Ah, mirá. ¿Qué hacés en Exactas?
Y: Nada. Parasito. Soy administrativo de Geología (pone los ojos en blanco). ¿Viste Gasalla? Bueno, la empleada pública.
O: ¿Y qué hacen en Geología?
Y (con fastidio): Qué sé yo que hacen en Geología. Chupan piedras, no sé. Locos de mierda. ¿Vos qué hacés de tu vida?
O (resignado a no obtener más información) Soy fotógrafo.
Y (se le ilumina la cara): Mirá vos qué interesante. Ehm... (pone aire de entendido. Esta no es su zona de comodidad, pero le interesa este juego) ¿Y hacés... fotografía artística... publicidad...?
O: De lo que salga. Más que nada publicidad. Pero bueno, me gusta lo artístico también, claro.
Y: Mirá vos. (Decide sincerarse) Yo de fotografía no sé mucho... pero me interesa.. qué sé yo... creo que me cabe mucho ser modelo (Ríe tímidamente).
O: Claro.
Y: Una vez posé como modelo para una campaña de fotos. De la Marcha de las Putas. Re amateur, ¿no? Pero estuvo buena la experiencia.
O: ¿Pero querrías ser modelo profesional?
Y: Nah, ¿de dónde? Ni loco. Amateur, para joder y divertirme. Soy medio camerawhore.
O (Sonríe comprensivo): Cada loco con su tema. A mí...
Y (ve venir un largo speech sobre la fotografía, decide que no quiere escucharlo, e interrumpe): ¿Tenés hermanos?
O (Sorprendido por el cambio brusco de tema): Sí, dos. Un hermano y una hermana. Más grandes.
Y: ¿Te llevás bien?
O: Ningún problema. Ella está casada, y está embarazada de tres meses.
Y: Ay, mirá qué lindo. (Ligeramente provocador, se acerca sutilmente a O con la excusa de hablarle en voz baja): Tío Gustavo.
O: Sí. Estoy re contento, lo re buscaron.
Y: ¿Te traigo el babero?
O: Sí, voy a ser re baboso como tío. Re hinchapelotas.
Y: Cuando se enoje, se va a ir de la casa de los viejos, va a ir a tu casa, le vas a hablar de sexo, drogas y roncarol...
O: A pleno. Yo lo voy a re malcriar al guacho ese.
Y (Ligeramente excitado por el modismo "guacho", que no corresponde al registro de esta conversación): ¿Vos decís que sale un faso tío-sobrino?
O: ¿Por qué no? Si es natural... ¿vos no te fumarías un faso con tu sobrino?
Y: De tenerlo, supongo que sí. Bah, me agarrarían prejuicios y preconceptos varios, pero sí, creo que al final sí.
O: Son al pedo los prejuicios, pura ignorancia. No hace mal a nadie. Pasa que les gusta reprimirte, y tenerte ahí, en el riel.
Y (jocoso, con todo declamatorio): Este capitalismo, cuya pesada lápida ha caído...
O (se ríe, y sigue el chiste): Nos oprimen compañeros, nos oprimen, mientras trabajamos diez, doce horas...
Y (desquiciado): Quince, dieciocho horas, día y noche, sin parar...

Ríen juntos. Se quedan en silencio, mirándose entre sí y a los tragos, casi intactos. Ambos se dan cuenta que este último detalle no es trivial.

O: ¿Vos fumás?
Y (de memoria): ¿Qué cosa?
O: Ehm... bueno, faso, pero si fumás algo más...
Y: No, tabaco no. Faso sí, a veces. No mucho. Socialmente, ¿no? A veces me da gana de fumarme uno solo, pero... qué sé yo. Paja. Como no sé a quién comprarle.
O: Yo compro, a veces. Un chabón re piola. Sano, barato, natural.
Y: Comprame entonces, así me puedo fumar uno solo. Ah, re egoísta el chabón (se ríe tiernamente como un niño).
(Ríe más calculadoramente): Te compro si lo fumamos juntos.
Y: Ay, qué posesivo. (Se calla de pronto. Siente que se excedió con el término. Decide seguir por el lado del absurdo para zafar) Individualista, capitalista, burgués... chancho burgués (Ríe y se corta de nuevo. O tiene unos kilos de más, tal vez "chancho" no sea la palabra justa. Se maldice).
O (ajeno a las tribulaciones de Y, con indudable doble intención): Muy chanchito, sí.
Y (aliviado por el giro de la conversación): ¿Brindamos?
O: ¿Por qué brindamos?
Y: Por... Néstor y Cristina. Él y Ella. (Busca la aprobación de O, aprobación que de pronto es cada vez más importante para él).
O: Salud, compañero. Por el modelo.

Brindan y toman lentamente, mirándose mutuamente con el rabillo del ojo.

Y (imitando la campaña de Binner): "El modelo kirchnerista: bueno para pocos, malo para muchos".
O: Che che che, respeto con el viejo, eh. Pendejo de mierda, te voy a dar.
Y (provocativo): ¿Qué, lo votaste?
O: Sí, obvio.
Y (pone los ojos en blanco): Bue. Peor es nada.
O:  ¿Qué, vos la votaste a ella?
Y: Ay sí, me meo por sus carteras de Louis Vuitton, no sabés. Ni en pedo. Lo voté a Altamira.
O: Juajuajua, qué gracioso. Un milagro para Altamira.
Y: A vos te hace falta un milagro. Te reís de Altamira, no te falta tanto para llegar a ser cómo el.
O: Ay, cuidado, el nene de jardín de infantes. Vení que te doy la mamadera.
Y: Epa... (dirige una firme mirada de advertencia, dejando ver que igual le gusta el comentario).
O (se sonroja, pero sabe que dio en la tecla. Lo otro es cuestión de tiempo): ¿Y por qué lo votaste al viejardo ese?
Y (se ríe por la palabra "viejardo"): ¿Y a quién querías que votara? ¿A la dagor? ¿Para que saliera con el crucifijo por ahí a decir pelotudeces e irse a Disney?
O: Qué sé yo. Altamira no le gana a nadie, nunca va a llegar a nada.
Y: Por eso mismo lo voté. No quiero sentir ningún tipo de culpa.
O (se ríe): Brindemos por el compañero Altamira.

Brindan.

Y: Y por sus operaciones de bótox.
O: Ay, sí terrible, ese viejo se deformó la cara de tanta avispa que se hizo. Bueno... no hagas lo mismo vos (Se ríe tras el chiste)
Y (ligeramente ofendido): ¿Por qué no te vas a cagar un poco, geronte? Acá el viejo sos vos.
O (Irónico): Ay, gordo...
Y (sigue el juego): Me asfixiás, gordo, me asfixiás.
O: Y, vos con lo flaco que sos, cualquiera te asfixia (Involuntariamente se mira su cuerpo con kilos de más, temeroso de que Y efectivamente piense que lo puede asfixiar).
Y: Callate que mi primer ex era un vikingo de 1,90 que pesaba 115 kilos. Yo en esa época pesaba 56...  eso sí que era desproporción.
O (casi se desploma del alivio al escuchar lo anterior): ¿Y no te jodía?
Y: A todo se acostumbra uno... igual, nada, un enfermo mental, un psicópata. Esa gente que uno se pregunta para qué nació.
O (irónico): Veo que lo re querés.
Y: Que se muera, sorete, enfermo. Además, fue hace como cuatro años. Bocha, ya.
O: No, mis tres ex, así, que posta posta, tenían cuerpos... por así decirlo, normales, ¿no?
Y (Con aire filosófico): ¿Qué es la normalidad?
O: La "lidad" de Norma.
Y (ríe): Sos un tarado.
O: El "do" de Tara.
Y (sigue riendo): Basta, pelotudo.
O: El "tudo" del pelo.
Y (desternilándose, casi pidiendo clemencia): ¡Basta!
O: El "ta" del "Bas".

Y estalla y se atraganta con su trago. No puede evitar toserse alcohol sobre la remera gris, mientras se pone rojo y se le saltan las lágrimas. Sigue riendo por un minuto, toma aire profundo, se vuelve a reír, vuelve a tomar aire, se refriega los ojos secándose las lágrimas.

Y: Mirá, mirá lo que me hiciste hacer. Qué asco, por Dios. Me escupí alcohol sobre la remera, estoy todo manchado. ¡Sos un tarado!
O (ríe, sintiéndose seguro): Tomá, acá tenés una servilleta.
Y (toma la servilleta, se pone a limpiarse frenético): Acá, acá... acá también. (Ríe de nuevo).
O: Acá también tenés. Y acá un poco. Y...acá.

Toma la mano de Y, fingiendo ayudarlo con la servilleta. Comienza a refregarle la servilleta por el pecho a Y. Y lo advierte y se tensa, aunque se deja hacer. 

O: Acá también (Acaricia con su mano la barba de Y).
Y: (fingiendo estar ausente): Tengo que secarme.
O: Yo te seco. ¿Te dije que sos muy lindo?
Y (mira fijo a O. Sus labios se transforman en una sonrisa de irresistible e infinita dulzura. Abraza con fuerza a O, reteniéndolo consigo): Vos también.

Se sonríen, se miran dulcemente, y sus bocas se encuentran. Se besan apasionadamente. En el bar, comienza a sonar el tema preferido de O.

Telón final.